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Breviario

Aquí encontrarás páginas de la vida del escritor, episodios relatados por él mismo y que, uniéndolos y armando poco a poco una especie de rompecabezas, constituyen la autobigrafía de Edgar Allan García.

  • miniescribo¿Por qué escribo?
    Si me lo hubiera preguntado hace años, cuando recién empezaba a escribir, de seguro diría que escribo porque no me gustan las matemáticas, los negocios, la repostería, la política; o porque no sé pintar ni con brocha gorda ni delgada, o porque no puedo patear un balón sin marcar un autogol ni correr dos cuadras sin sentir la muerte. Diría, además, que lo hacía porque mi padre era escritor, poeta para ser exactos, y periodista, en tanto mi madre era una escritora voraz que, sin embargo, nunca publicó sus escritos, y ambos, entre una soledad y otra, me rodearon de libros, lecturas en voz alta, anotaciones al margen de las páginas, y esa admiración, o más bien fascinación por los escritores y sus obras.
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  • minipoeticaPoética y no
    En 1985 acudí a la convocatoria que hacía el escritor Raúl Pérez Torres al taller de literatura Pablo Palacio. Yo no había querido estudiar literatura en la universidad sino sociología y alguna materia en antropología y filosofía, con la esperanza de que me ayudara a la hora de escribir, pero los años pasaban y yo no lograba conectar ese conocimiento con la escritura. Fui con la ilusión de ponerme en contacto con otros aprendices de brujo y, sobre todo, con un escritor reconocido que me pudiera orientar en el camino que libremente había elegido.
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  • minisetentaMis años setenta
    Ninguna época me marcó más que la de los años 70: a comienzos de esta década, en la que todavía se podía sentir el aroma de los 60’s, aunque de forma indirecta y lejana, yo ya vivía en Quito, una ciudad -espero que se acuerden- pequeña, helada, lluviosa, de ritmo lento, fachadas musgosas, adoquines resbaladizos, enclaustrada por gruesas paredes invisibles, donde los niños pobres aún andaban sin zapatos por las calles, las navidades giraban en torno a pesebres y novenas, la Mariscal empezaba a percibirse como un barrio moderno aunque -hecho paradójico- lleno de castillos árabes y europeos, la ropa gris predominaba en la vestimenta, nadie se sacaba los “shuetesh” ni siquiera bajo el más terrible calor, los “paperos” eran los buses más baratos y pulguientos del mundo, y la sal quiteña -esto es el humor chispeante y oportuno- no había muerto todavía.
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